miércoles, 24 de abril de 2013

La caza, de Thomas Vinterberg

El lunes vi «La caza»  de Thomas Vinterberg (en danés, claro),  y todavía me estoy recuperando de la conmoción. Es tan perturbadora, se sufre tanta angustia y desesperación, que te deja bastante noqueado. La película te agarra el corazón, te lo deja unos segundos fuera para que sufras, y luego te lo coloca de nuevo, pero dado la vuelta. Una agonía.

Y así lo tengo yo, y creo que esa desolación me va a durar algunas semanas más. Y es que esta congoja es muy típica del cine danés, que tanto me gusta. En estas películas abundan los grises, no hay buenos ni malos. Hay personas, no personajes arquetípicos. Y con pocos recursos y sin grandes explosiones son capaces de crear historias que se te meten muy dentro.

Y podéis pensar: ¿y por qué voy a querer ver este filme si me va a afectar tanto?

Bueno, es que el cine es como las personas. La gente es infinita mientras que tu tiempo es limitado. Tú decides si, en este tiempo que tienes, quieres conocer a gente que simplemente te distraigan, con las que pasar un buen rato y luego olvidar para siempre. Gente prescindible de usar y tirar como la gran mayoría del cine USA. O…quieres que, las muchas o pocas personas que conozcas, te agarren el corazón, te creen conmoción y cambien tu vida. Que dejen una impronta permanente en tu ser, y que este cambie al unísono.

Tenía un profesor que alertaba de lo peligroso que es querer dejar de estar aburrido. Nos contaba que, en ese momento, lo único que se podía hacer era continuar aburrido. No hacer nada. Porque cualquier otra decisión tendría consecuencias lamentables: ver una película por aburrimiento, buscar una pareja por aburrimiento…bueno, él se refería en concreto a empezar una guerra por aburrimiento (donde los pijos sacaran sus caballos a pasear y disfrutaran jugando al Risk con los campesinos…) pero bueno, también nos vale, ¿no?

Así que, como tenía este aturdimiento existencial, el martes me di un paseo hasta la Biblioteca Nacional de España donde "leían para nosotros"…una actividad muy sugerente de donde traje ideas para leer y, sobre todo, muchas ganas de escribir.

Creo que me voy a animar con «El maestro y Margarita», de Mijaíl Bulgákov, que parece que es una gran historia de Amor. Si alguno lo ha leído y quiere advertirme de algo ¡qué lo haga ahora! (por ejemplo de muertes de mascotas, que lo llevo fatal, o de que es un bodrio…please). 

Y, para terminar, os dejo un texto que también leyó una de las trabajadoras y que fue muy emocionante: el Discurso de Lorca al inaugurar la biblioteca de su pueblo, que seguro que conocéis. ¡Qué palabras...!




Discurso de Federico García Lorca al inaugurar la biblioteca de su pueblo. 
Medio Pan y un Libro.
Locución de Federico García Lorca al Pueblo de Fuente de Vaqueros (Granada). Septiembre 1931.
«[…]No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?
¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.
Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.»


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